Con tiempo revuelto, "primaveral", llegó la Pascua de Resurrección. Mientras muchos se afanan ya en quitar la cera y envolver su traje de semana santa hasta el año que viene y empiezan, tal vez, a sacar lustre a los botos camperos, otros estrenan su condición de renacidos en la Resurrección del Hijo, el que consideramos maldito y varón de dolores, aquel que enterraron bien hondo, para que no se volviera a hablar de él. No es que sean cosas incompatibles, sino que parece que no tienen tiempo entre romería y romería de pararse a sentir su nuevo estado, el don recibido; cosas de este mundo estresante y de tener que seguir las tradiciones...
Pero es curioso y desconcertante que el sacrificio del inocente redundara en perdón de los culpables, incluso de los jalearon su muerte, de los que pensaron "se lo merece", o "algo habrá hecho", o "¿Jesús? ¿Qué Jesús?". Todos estamos contenidos en ese acto último de entrega, así que nuestra muerte murió con Cristo junto a nuestro pecado, por mucho que nos extrañe.
Pero lo que muchos aún no entienden, lo que deja atónito al que se acerca a este misterio, es que la Resurrección de Jesús, sea también nuestra, que hayamos, de alguna manera, resucitado con él.
En ese acontecimiento, se nos ha recreado para la eternidad, hemos sido tejidos de nuevo con fibras extraídas del mismo ser de Dios. Hay, por tanto, algo eterno, que vence a la muerte, entretejido en todos y cada uno de nosotros y nadie ni nada nos lo puede arrebatar. Ahora somos hijos y herederos de una vida que sólo Dios puede conceder. Vivamos como hijos, vivamos como resucitados.
Feliz Pascua.
Pero es curioso y desconcertante que el sacrificio del inocente redundara en perdón de los culpables, incluso de los jalearon su muerte, de los que pensaron "se lo merece", o "algo habrá hecho", o "¿Jesús? ¿Qué Jesús?". Todos estamos contenidos en ese acto último de entrega, así que nuestra muerte murió con Cristo junto a nuestro pecado, por mucho que nos extrañe.
Pero lo que muchos aún no entienden, lo que deja atónito al que se acerca a este misterio, es que la Resurrección de Jesús, sea también nuestra, que hayamos, de alguna manera, resucitado con él.
En ese acontecimiento, se nos ha recreado para la eternidad, hemos sido tejidos de nuevo con fibras extraídas del mismo ser de Dios. Hay, por tanto, algo eterno, que vence a la muerte, entretejido en todos y cada uno de nosotros y nadie ni nada nos lo puede arrebatar. Ahora somos hijos y herederos de una vida que sólo Dios puede conceder. Vivamos como hijos, vivamos como resucitados.
Feliz Pascua.
1 comentario:
Olá !
passei por cá e adorei o teu blog!
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