Mis queridos hermanos y hermanas:
Muchas veces, cuando visito vuestras parroquias oigo esta expresión: “La Navidad me pone triste”. Lo repiten especialmente las personas que se sienten solas, las que recuerdan con añoranza a los que ya no están entre nosotros, las que sufren por la enfermedad propia o la de personas queridas. ¿Cómo dirigir mi mensaje de Navidad a estos corazones?
En estos últimos meses me encuentro también frecuentemente con personas afectadas por el paro, hombres y mujeres que buscan ansiosamente un trabajo para hacer frente a los gastos de sus familias. Esta situación persiste, agobiando también a las personas que trabajan para remediar estas necesidades porque se sienten desbordadas. ¿Cómo dar una palabra de aliento y esperanza en estos días navideños?
Desde mi misión de obispo y pastor de la Diócesis, siento en el corazón estos sufrimientos de tantos hermanos y, al mismo tiempo, mi servicio pastoral me empuja a ofrecer, desde la fe, un mensaje de alegría y esperanza: La Navidad significa que el Hijo de Dios, hecho hombre, ha entrado en nuestro mundo; se ha acercado a nosotros para ser Luz en medio de nuestra noche. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”, afirma el profeta Isaías en la primera lectura de la Misa de Medianoche. Sí, esta es la Buena Noticia de la Navidad. El Niño Dios es nuestra Luz. Su presencia entre nosotros nos abre nuevos horizontes y despierta en nosotros todas nuestras posibilidades de hacer el bien, capacitándonos para transformar nuestra realidad.
Cuando la luz y el amor de Dios tocan el corazón humano lo hace capaz de realizar lo que parece imposible. Pensemos, por ejemplo, en la Madre Teresa de Calcuta. En aquella ciudad en la que se vio rodeada de tanta miseria, ella, pequeña y frágil, provocó una corriente de amor y entrega servicial a los pobres más pobres, que se difundió por todo el mundo, haciendo que miles de personas se sintieran reconocidas en su dignidad y atendidas en sus dramáticas necesidades.
Es Navidad, queridos hermanos y hermanas, y la presencia del “Dios-con-nosotros” introduce en nuestros corazones la dinámica transformadora del amor, que se inicia cuando una persona se siente amada incondicionalmente por Dios. Esta experiencia le lleva a compartir ese amor con todos aquellos que encuentra en el camino de su vida.
Si dejamos entrar a Dios en nuestra vida -aún en medio de las situaciones más dolorosas- brillará sin duda en nuestro corazón un rayo de esperanza: en medio de la noche los pastores de Belén acogieron esa Buena Noticia: “os ha nacido un Salvador” y la luz de Dios los envolvió. Ellos fueron corriendo a ver lo que se les había anunciado y se llenaron de alegría.
Acoged, pues, queridos hermanos y hermanas, esta Buena Noticia: Cristo ha nacido para nosotros. Él es la fuente de nuestra alegría.
- Acudid, contentos, a contemplarlo y adorarlo en la celebración de la Eucaristía, pues Cristo nace cada día en el altar para darnos vida; escondido en el humilde pan podemos encontrar a Aquel que María envolvió en pañales y recostó en un pesebre.
- Acudid, presurosos, a estar junto a aquellas personas que se sienten solas. Dadles generosamente vuestro tiempo. En estos días no penséis sólo en pasarlo bien sino en hacer el bien. Ahí encontraréis la auténtica alegría.
- Acudid, diligentes, a compartir con los que no tienen; y, si vuestra formación, vuestra profesión o vuestra situación económica lo permiten, arriesgad creando puestos de trabajo.
Lo que os digo a todos me lo digo a mí mismo. Porque, junto a vosotros, quiero vivir esta Navidad acercando la Luz de Cristo a todos los hogares y a todos los corazones.
¡Feliz Navidad a todos!
+ José Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva
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