LA IMPRESCINDIBLE REFORMA DEL SISTEMA FINANCIERO
Que tenemos un grave problema con el sistema financiero es evidente. Que no se han tomado las medidas necesarias para modificar esa situación también lo es. Necesitamos urgentemente que los poderes públicos ejerzan su responsabilidad hacia el bien común tomando medidas para reformar en profundidad el sistema financiero, protegiendo a la sociedad del enorme peligro que representa la codicia sin límites del dinero, y para orientar las finanzas al único objetivo que puede legitimar su funcionamiento. Como dice Benedicto XVI en «Caritas in veritate»: «Se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras y modos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha dañado la economía real, vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo. Toda la economía y todas las finanzas, y no solo algunos de sus sectores, en cuanto instrumentos, deben ser utilizados de manera ética para crear las condiciones adecuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos» (CV,25).
Para ello hay que ir al fondo del problema y no limitarse a medidas muy tímidas que no resuelven nada y prolongan una situación insostenible para la sociedad, aunque muy conveniente para la codicia de aquellos mercaderes financieros que solo buscan el mayor lucro posible a costa de lo que sea. Esa raíz del problema ya la denunciaba Pablo VI en 1967: «Ha sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno… conduce a la dictadura» («Populorum progressio», 26). En las últimas décadas, esta raíz ha pervertido el funcionamiento de la economía y del sistema financiero en particular. Las políticas neoliberales que han practicado la mayoría de los gobiernos lo ha hecho posible: se han eliminado todas las trabas para que quienes pueden solo busquen un cosa, invertir el capital allí donde mayor es la rentabilidad. Y el sistema financiero se ha ido alejando así cada vez más de toda responsabilidad social, provocando lo que Benedicto XVI denuncia: «La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza» (CV, 21).
El sistema financiero es útil y bueno para la sociedad cuando su función consiste en hacer de intermediario entre quienes ahorran dinero y quienes lo demandan, en forma de crédito, para adquirir bienes o para actividades productivas útiles para la sociedad. Hacer bien esa función es el papel del sistema financiero, para lo cual debe ofrecer la mayor seguridad posible a ahorradores y demandantes de crédito. En esa finalidad tiene sentido la obtención de unos beneficios razonables. Esta finalidad, la única que da legitimidad al sistema financiero, se ha perdido por el afán desmedido de lucro, porque se obtiene mucha mayor rentabilidad dedicándose a todo tipo de operaciones especulativas, fraudulentas y mentirosas, porque todo vale con tal de ganar siempre más. El resultado está a la vista. Los responsables son los agentes financieros y las autoridades públicas, que no solo han dejado hacer sino que incluso han incentivado esas prácticas.
La reforma del sistema financiero que necesitamos es «una regulación del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e impedir escandalosas especulaciones» (CV, 65), incentivando el papel de intermediación entre ahorro e inversión productiva o adquisición de bienes y penalizando todo lo que no vaya en esa dirección, especialmente las prácticas especulativas que tanto daño social producen. Esto necesita de medidas para promover comportamientos éticos de los agentes financieros y para penalizar los que dañan al bien común. Pero sobre todo, y esto es hoy fundamental, cambios profundos en las estructuras e instituciones financieras para orientar todo el funcionamiento del sistema financiero hacia lo que necesita la sociedad. Se precisa también una acción decidida para extender una mentalidad social muy distinta a la que hoy predomina; en particular lo que subraya Benedicto XVI: «los más débiles deben ser educados para defenderse de la usura» (CV, 65). Porque una de las causas que han contribuido a la perversión del sistema financiero ha sido la extensión en la sociedad de la nefasta creencia de que enriquecerse es bueno, que nos ha llevado a ver como normales práctica absolutamente usureras que necesitamos desterrar de la vida social.
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