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Llegado el tiempo en que Dios decidió rasgar el manto de la historia para invertir totalmente en amor de donación absoluta, ocurrió lo que siempre ocurre cuando nos implicamos: ya no hay desconocimiento, ni separación, ni olvido. No hay amenaza por parte de un Dios que respeta la libertad del hombre, de forma tan exquisita, como para no imponerse. El acuse de recibo es que “toma carne”, esto es, se historiza para proponer un mar de liberación que consiste en parecerse a Él, hasta quemarse. Por eso desciende para que ascendamos. El hombre es un piélago de posibilidades. Esto es, una fortuna por invertir, una esencia por convertirse totalmente en ser. O, dicho de otra forma, nuestra identidad más profunda consiste en ser como Él. Sin merma de identidad, sin menoscabo de nuestro libre albedrío, si perder ni un ápice de nosotros mismos. Ni del Otro.
Por todo esto no miramos al mundo con sospecha. Nada de eso. Estamos en él para combarlo hacia su plenitud. Estamos en medio de todo para que todo se convierta en medio de perfección. No nos pueden despedir con cajas destempladas cada vez que, con la carga de humanidad a cuestas, queramos amar a todas las criaturas desde Dios.
Tampoco debemos ser suspicaces cuando veamos que la meta encuentra serios obstáculos que incitan a la desesperanza. Hay un reverso de la moneda y que es un brutal encontronazo con los que no quieren ni plenitud de opción, ni recursos para optar. Piensan algunos que hay una sospecha de malignidad, y la echan sobre los hombros de quienes quieren querer más. Curioso. Nos van a perseguir, igual que al Dios que quiso ser nosotros y lo acabaron botando de la vida. Nada hay de nuevo bajo el sol. También ahí reside nuestra grandeza: aceptar que esta irradiación de vida provoca a la muerte y la descabalga del protagonismo, y la entierra en el olvido. Por eso, precisamente por eso, el aguijón se vuelve contra el mensajero, no lo olvidemos.
Pero no andábamos en eso, que era la luz arrojada la que nos traía y llevaba.
Estamos atados a la trama del mundo no por un Ser Supremo a quien no podemos llegar ni con nuestras oraciones, sino por Alguien pleno de humanidad que llora sobre el mundo su misericordia haciéndose uno con todos los hombres y mujeres. Estamos ligados al suceso corriente de las cosas porque nuestra identidad es similar a aquel a quien seguimos. Sí, lo Absoluto se hizo relativo. El Amor absoluto se convirtió en tiempo. La eternidad optó por un lugar en el espacio. Ahora es el tiempo en el que conocemos la grandeza insondable del hombre porque Dios se enamoró de él. Es mucho más que nuestro aliado. Es el Amante que lanza requiebros amorosos a lo largo de
La correspondencia es natural. Como la de quien por ser amado, ama. No podemos escribir hojas de reclamación dentro del hogar. No podemos huir del hambre que nos impele hacia la eternidad. Pero la delicadeza es un atributo divino. No se impone, se propone. A hurtadillas, en medio de un tiempo desconocido, en un lugar ignoto: ahí se acerca. Ya para quedarse. Para siempre.
Pero no temáis. Todos los eones de tiempo no nos va a separar de Él; todas las murallas de desconocimiento, las fuerzas negras y ocultas jamás podrán cubrir su rostro y su cuido sobre nosotros.
Como caricia que avecina mayores amores, así se presenta en la historia. Y, por si acaso, podemos atisbar la hondura y la profundidad de su cercanía sólo con examinarnos dentro. Lo curioso de este Dios encarnado es que lo podemos encontrar en la realidad íntima de la que estamos tejidos.
Muy Feliz Encarnación.
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