23 de septiembre de 2007

Los Síndrome de Down

Recibo todas las semanas una carta pastoral del Obispo de Palencia. Esta la quiero compartir con vosotros


¡“Vivan” los síndrome de Down!

A veces, Dios permite ciertos sucesos, para que podamos comprobar de forma evidente e incuestionable, la deriva tan errónea por la que se conduce nuestra cultura, pues con frecuencia ocurre que solamente reaccionamos ante el mal, cuando hemos llegado a ver su rostro en toda su crudeza.

Me estoy refiriendo a un caso que se hizo público en Milán (Italia) a finales de verano: Una mujer embarazada de tres meses, esperaba gemelos. Al hacerse la prueba de la amniocentesis, se le comunica que uno de los gemelos tiene el síndrome de Down, por lo que solicita un aborto selectivo. Llegado el momento de la intervención, los fetos se intercambian su posición y la doctora elimina por equivocación al “sano”, dejando vivo al que quería matar. Comprobado el error, tras los pertinentes análisis, días más tarde, la madre decide acabar también con el gemelo Down que continuaba vivo en su seno.

El caso es especialmente dramático, pero la cuestión de fondo no varía con respecto a los demás casos de aborto: El problema moral está en el endiosamiento de nuestro deseo. Perseguimos una realidad a medida de nuestros planes, y cuando las expectativas no se cumplen, somos capaces de autoerigirnos en dueños de la vida del prójimo, sin detenernos ante nada. Esta es la inquisición contemporánea: ¡nuestra santa voluntad!: Si un niño es deseado, hoy en día podemos llegar a mimarlo hasta hacer de él nuestro tirano; y si no fuera deseado, procederemos a eliminarlo sin miramientos. Soy consciente de la dureza de estas palabras, pero estaría falseando la realidad si cayese en la tentación de dulcificarlas. Me limito ahora a añadir una serie de reflexiones complementarias:

+ La dignidad de los síndrome de Down: ¿Somos conscientes de que los síndrome de Down han desaparecido prácticamente de nuestra sociedad? Bien es verdad que todavía conocemos algunos de edad más avanzada, pero… ¿dónde están los menores de 10 años, por ejemplo? Estamos ante uno de esos tabúes de los que a nadie le gusta hablar, porque presentimos muchas complicidades encubiertas.

¿Quién sería capaz de mirar a los ojos de estos niños y negarles su dignidad? ¿Quién se siente con derecho a definir y a establecer el concepto de “normalidad”, más allá del cual el derecho a la vida quedará sin protección?

+ La prueba de la amniocentesis: A raíz de este triste episodio de Milán, el presidente de la Sociedad Española de Ginecología, Manuel Bajo Arenas, explicaba que «…si una embarazada se somete a la amniocentesis, normalmente aborta si el resultado es positivo. Si no, ¿para qué se iban a hacer la prueba?». Lo cual plantea la responsabilidad moral de quienes, en su intencionalidad, se hacen cómplices de este grave pecado. La forma tan trivial en la que se oferta y realiza la amniocentesis en el sistema sanitario, está contribuyendo a desdibujar en muchas conciencias el principio de la inviolabilidad del don de la vida. Es un contrasentido que un diagnóstico médico se convierta en una sentencia de muerte.

+ Autopsia obligatoria: Parece que a nadie le llama la atención el hecho de que el diagnóstico de una amniocentesis sea suficiente para autorizar un aborto y que, sin embargo, posteriormente no se exija una autopsia para comprobar si verdaderamente el diagnóstico había sido acertado. ¡Cuántas sorpresas nos llevaríamos si pudiésemos comprobar la veracidad de tantos alarmismos a los que se recurre para cubrirse las espaldas! ¿Quién no conoce a alguien, que según diagnóstico médico, tendría que estar muerto hace tiempo?

+ Lo más grave, la impenitencia: En el momento en que aquellos padres, cuyo nombre desconocemos –y preferimos que así sea- supieron que el gemelo “sano” había sido eliminado por error, dispusieron de una ocasión de oro para reparar el error cometido. Pudieron haber interpretado lo ocurrido como una llamada a rectificar sus valores de vida... Tras lo sucedido, podrían haber comprendido que el «error» no había estado en la elección del feto, sino en el aborto mismo. Pero, sin embargo, ¡¡volvieron a tropezar en la misma piedra…!! Quizás esto sea lo más grave de este caso –y no me estoy ahora refiriendo a esos padres-: el hecho de que nuestra sociedad mantenga la permisividad ante el aborto, a pesar de que seamos testigos de tantos dramas.

+ ¡Cuida de tu hermano débil!: Cuando en nuestras familias cristianas nacía un hijo con algún tipo de minusvalía o enfermedad crónica, nuestros padres nos inculcaban y educaban para que fuésemos sus custodios hasta el fin de sus días: “¡Cuida siempre de tu hermano débil!” –se nos decía-. Ahora resulta que ha sido el gemelo sano quien ha dado una lección a sus padres sobre cómo cuidar a su hermano enfermo. ¡Paradojas de la vida! Como también es una paradoja que haya miles de familias deseosas de adoptar y abiertas a acoger en adopción a quienes otros han desechado. ¡Que “vivan” los síndrome de Down!

+ José Ignacio

8 de septiembre de 2007

¡Otra María, por favor!

¡Para enterarnosndanos otra María, por favor!

Mi amigo Migueli, hace tiempo sacó una coplita en la que le pedía al Señor que nos mandase otra María, para enterarnos de qué va la película del Señor. Mujeres encarnadas y dando respuestas a las circunstancias de la vida, gente inquieta y feliz, de las que dan sentido a todo lo que les rodea.

Nos han pintado a través de los siglos unas Marías llorosas, resignadas, calladas, madres con la mirada triste, como si no tuviese vecinas, ni aconteciesen cosas a las que ella no tuviese que dar respuesta… creo que un poco lejos de lo que nos pinta el texto de Lucas en su Magníficat en el que no presenta a una mujer sumisa precisamente, sino a una mujer consciente, luchadora, capaz de ver un horizonte mayor, y con fuerza…. Proclama la grandeza de Dios, que no se desdice nunca y que siempre está atento a las necesidades de la humanidad.

Como mujer que soy, no puedo menos que agradecer a tantas mujeres emprendedoras en éste último siglo de cambios que yo estoy disfrutando. Desde la mujer creyente que soy, hoy tengo que acercarme a María, la mujer de Nazaret, capaz de reconocer que Dios tiene un plan desde la eternidad, una mujer consciente que el reino de Dios ha de darse desde lo que somos y lo que nos han regalado; una mujer que siente su presencia y por eso canta con su alma, que está llena de Espíritu (en aquel momento concreto era impensable) y es que sólo los que se llenan de Espíritu son capaces de generar cantos como ese de agradecimiento por las cosas que Dios puede hacer a través de ellos y no toman como mérito propio aquello que realizan.

María, la libre, la que confía en la palabra que se le presenta, la que estaba esperando,como tantas, la venida del Mesías que cambiase la vida en muchos. Sencilla, normal, de una aldea de su época, es capaz de contestar a todo un Dios. La clave: libertad de Espíritu que nace desde un encuentro con Dios que totaliza su vida. Un sí que a cada una de nosotras también se nos presenta en la cotidianidad, como a cualquier persona que quiera comprometerse en la construcción del Reino de Dios y su justicia. Un sí que puede cambiar la historia de nuestros pueblos y parroquias, la de nuestros hijos y nuestros hogares. Un sí enfundado en la esperanza de que Dios sigue siendo el mismo que conecta hoy igual que siempre. Un sí que pueda cambiar las estructuras desde el trabajo constante, desde el amor, desde re-descubrir la palabra de Dios.

Sí, hoy se necesitan muchas Marías preñadas de Espíritu y vida, capaces de seguir gestando y engendrando buenas nuevas para los hombres y mujeres de hoy, con los adolescentes que se enfrentan despistados a la vida que les deslumbra y les inquieta, los niños, en la oración, en el trabajo, en nuestra Iglesia. Mujeres con la frescura en sus ojos, que saben mirar más allá de lo que ven, luchadoras (como tantas) contra las injusticias sociales que se comenten, que como María saben decir que Dios destrona a los poderosos y enaltece a los humildes, que se enfrentan como las madres de mayo. Mujeres que siguen con claridad vislumbrando caminos.

La Iglesia hoy celebra el nacimiento de la Virgen, es justo que hagamos una paradita para contemplar (algo más que mirar) a esta mujer que ha cambiado la historia de la humanidad, que ha supuesto para muchos de nosotros un cambio en nuestras vidas. Se ha hablado mucho del sí de María y la verdad, creo que aún ha de hablarse más.

Para enterarnos, mándanos, Señor, otras Marías, por favor.

5 de septiembre de 2007

¿ DÓNDE ESTÁ DIOS?

El verano se nos está terminando y ya vamos,poco a poco, recuperando nuestra cotidianidad.
Este año, entre los cambios que se nos están presentando en nuestra diócesis, seguimos teniendo el reto del cambio interior. Seguimos necesitando dar razones de nuestra esperanza.
Me he topado con este documento del arzobispo de Santiago, el que está ahora encargado de los laicos, y me ha parecido interesante resaltar algo de él. Sé que es un poco largo, pero no por ello deja de tener enjundia. Lo comparto y animo a todos a tener en cuenta esta reflexión de la invisibilidad y el silencio de Dios en nuestro mundo. No se trata de flagelarnos y sí de mirar a nuestro interior para seguir descubriendo cómo Dios actúa en nuestro mundo y en este momento de la historia que estamos escribiendo entre todos.
Que tengamos un buen inicio de curso, que sigamos apostando por el Evangelio como fuente de nuestra existencia, que no se nos borre la sonrisa en todo momento y que seamos felices, que de eso se trata nuestra vida. Un abrazote para todos.


LA INVISIBILIDAD Y SILENCIO DE DIOS

“En cierto sentido Dios nos habla sin cesar. En otro sentido, guarda silencio. Si conocemos el designio general de su providencia, ignoramos todo lo que se refiere a sus caminos particulares. El confiarnos a la fe es aquí nuestra única actitud cristiana. Hay períodos en que los hombres notan con más claridad la aparente ausencia de Dios en el mundo”. Lo que en nuestros días afecta más a la fe en Dios es la invisibilidad, el silencio de Dios -su ocultación- en medio de un mundo en el que sólo es válido lo visible: hechos “escuetos”, resultados “sólidos” y “tangibles”, datos “reales”, todo ello tiene que ser al cien por cien visible y perceptible. De aquí deriva una caída de la experiencia de Dios y este déficit determina en mayor o menor medida la situación religiosa de nuestra época. La experiencia de Dios, del Espíritu y de la gracia en medio de la vida, lo que Rhaner llama “mística de la cotidianidad”, tal vez va decayendo. Incluso puede suceder que se trate de una situación permanente en la que el creyente tiene que acostumbrarse a reconocer la Presencia sólo en la experiencia del dolor por la ausencia, sin pedir señales como la generación incrédula que mereció los reproches de Jesús (Mc 8,2; 9,19). Por otra parte, nos encontramos con no pocas personas que tienden a interpretar su propia vida independientemente de la referencia a la religión. El hombre no se comprende sin la apertura y la referencia al infinito. En este sentido la experiencia de Dios no falta por el hecho de que no sea identificada. Del “giro antropológico realizado en el siglo XX y del consiguiente olvido pasivo o destierro activo de Dios de la conciencia humana, podría concluirse un sumario que sintetizase la cuestión en estas cuatro palabras: silencio, ausencia, eclipse, muerte de Dios”.

Bonhoeffer como párroco de estudiantes en la Escuela Técnica Superior de Berlín, se lamentaba de la invisibilidad de Dios “Parece que todo se acaba, parece que el cristianismo muere. ¿Acaso pasó nuestro tiempo y el Evangelio se entregó a otro pueblo, tal vez predicado con otras palabras y hechos?... Ahora soy párroco de estudiantes en la Escuela Superior, ¿cómo tengo que predicar tales cosas a estos hombres? ¿Quién cree todavía esto? La invisibilidad nos destroza. Si no podemos ver en nuestra vida personal que Cristo existió, queremos verlo al menos en la India, pero este absurdo y constante recordatorio del Dios invisible no lo puede aguantar ningún hombre”. Es la exigencia de visibilidad, de una nueva evidencia de la realidad de Dios, el deseo de que la fe cristiana sea manifestada de nuevo como real y verdadera por una proclamación más creíble.

Las tristes experiencias de la realidad –guerras, terrorismo, asesinatos, limpiezas étnicas, hambre, inmigraciones masivas…- son las manifestaciones del mal, que amenazan nuestra fe en el bien, en la justicia y en la existencia de Dios. “¿Dónde está Dios?” es la traducción moderna de la pregunta que se planteaba Lutero: “¿Cómo consigo un Dios misericordioso?”

Ya no es la gracia ni la misericordia de Dios, sino Dios mismo, su existencia, lo que se ha hecho cuestionable. El lenguaje de aquel Dios, en virtud del cual fue creado el mundo, que ordenó a Abraham salir de su tierra, que en el Sinaí estableció con Moisés su alianza y que llamó a Pablo con voz clara y perceptible, en nuestro tiempo parece haber enmudecido. Hoy vivimos, como observó el pensador judío Martin Buber, en una época del “eclipse de Dios”. Esta metáfora se inspira en el “ocultarse” de la faz divina en la Biblia y, al mismo tiempo, apunta a una situación típicamente moderna. “Ante este enigmático silencio algunos cristianos desearían una manifestación sensacional de Dios, una especie de trueno celeste que serenara de una vez la atmósfera y condujera nuevamente a la fe a la masa de la humanidad”, pero “el hombre es de tal condición que, si no está moralmente dispuesto a buscar a Dios, no le convertirá el más sensacional de los milagros. Hay que ser pacientes: no querer adelantarse a los designios de Dios”

Ciertamente la invisibilidad, imperceptibilidad y silencio de Dios han afectado siempre al creyente. Por otra parte, en todo hombre late un deseo innato de ver y de percibir. No es, pues, ilógico que en la Escritura abunden las quejas de los justos por lo poco que percibían de su Dios en la vida terrena. Hoy este sentimiento se ha extendido. La invisibilidad y silencio de Dios se han convertido en la principal objeción contra la fe y, por ende, la cuestión de la “evidencia” en el punto principal de la discusión. Si se trata de la objeción de la proyección, la respuesta es que Dios sólo es un boceto del deseo humano en el cielo; si de un problema de la teodicea, el dolor en el mundo está en contradicción con Dios; si de la negación de la trascendencia, entonces no hay nada en el mundo que lo sobrepase; si se trata de una sospecha ideológica, entonces Dios es sólo el reflejo de situaciones sociales erróneas. En todos los casos se trata del problema de la evidencia de la fe en Dios. La cuestión es, pues, cómo una fe, aun cuando se dirige a lo invisible, puede ser participada en un mundo, donde sólo es válido lo visible y perceptible, y trasmitida de forma que convenza y encuentre aprobación.

Surge indefectiblemente el conflicto entre la pretensión de verdad de la fe cristiana y la conciencia contemporánea de verdad. La conciencia de verdad general de nuestra época se puede resumir en la fórmula siguiente: Sólo puedo creer lo que veo. Sin exageración, se puede hablar de un “espíritu popular del positivismo”, que determina el clima de la época. Como verdadero sólo vale lo existente, que puede percibirse sensiblemente y probarse, conforme a las exigencias de la evidencia, que rige en el ámbito de las ciencias exactas de la naturaleza. En el solo apoyo sobre los hechos se tiene únicamente en cuenta lo visible, medible, cuantificable y susceptible de verificación.

ROMPER EL SILENCIO SOBRE DIOS:

RAZÓN, FE, AMOR

Presentación de las VIII Jornadas de Teología

3 de septiembre de 2007 - Santiago