5 de septiembre de 2007

¿ DÓNDE ESTÁ DIOS?

El verano se nos está terminando y ya vamos,poco a poco, recuperando nuestra cotidianidad.
Este año, entre los cambios que se nos están presentando en nuestra diócesis, seguimos teniendo el reto del cambio interior. Seguimos necesitando dar razones de nuestra esperanza.
Me he topado con este documento del arzobispo de Santiago, el que está ahora encargado de los laicos, y me ha parecido interesante resaltar algo de él. Sé que es un poco largo, pero no por ello deja de tener enjundia. Lo comparto y animo a todos a tener en cuenta esta reflexión de la invisibilidad y el silencio de Dios en nuestro mundo. No se trata de flagelarnos y sí de mirar a nuestro interior para seguir descubriendo cómo Dios actúa en nuestro mundo y en este momento de la historia que estamos escribiendo entre todos.
Que tengamos un buen inicio de curso, que sigamos apostando por el Evangelio como fuente de nuestra existencia, que no se nos borre la sonrisa en todo momento y que seamos felices, que de eso se trata nuestra vida. Un abrazote para todos.


LA INVISIBILIDAD Y SILENCIO DE DIOS

“En cierto sentido Dios nos habla sin cesar. En otro sentido, guarda silencio. Si conocemos el designio general de su providencia, ignoramos todo lo que se refiere a sus caminos particulares. El confiarnos a la fe es aquí nuestra única actitud cristiana. Hay períodos en que los hombres notan con más claridad la aparente ausencia de Dios en el mundo”. Lo que en nuestros días afecta más a la fe en Dios es la invisibilidad, el silencio de Dios -su ocultación- en medio de un mundo en el que sólo es válido lo visible: hechos “escuetos”, resultados “sólidos” y “tangibles”, datos “reales”, todo ello tiene que ser al cien por cien visible y perceptible. De aquí deriva una caída de la experiencia de Dios y este déficit determina en mayor o menor medida la situación religiosa de nuestra época. La experiencia de Dios, del Espíritu y de la gracia en medio de la vida, lo que Rhaner llama “mística de la cotidianidad”, tal vez va decayendo. Incluso puede suceder que se trate de una situación permanente en la que el creyente tiene que acostumbrarse a reconocer la Presencia sólo en la experiencia del dolor por la ausencia, sin pedir señales como la generación incrédula que mereció los reproches de Jesús (Mc 8,2; 9,19). Por otra parte, nos encontramos con no pocas personas que tienden a interpretar su propia vida independientemente de la referencia a la religión. El hombre no se comprende sin la apertura y la referencia al infinito. En este sentido la experiencia de Dios no falta por el hecho de que no sea identificada. Del “giro antropológico realizado en el siglo XX y del consiguiente olvido pasivo o destierro activo de Dios de la conciencia humana, podría concluirse un sumario que sintetizase la cuestión en estas cuatro palabras: silencio, ausencia, eclipse, muerte de Dios”.

Bonhoeffer como párroco de estudiantes en la Escuela Técnica Superior de Berlín, se lamentaba de la invisibilidad de Dios “Parece que todo se acaba, parece que el cristianismo muere. ¿Acaso pasó nuestro tiempo y el Evangelio se entregó a otro pueblo, tal vez predicado con otras palabras y hechos?... Ahora soy párroco de estudiantes en la Escuela Superior, ¿cómo tengo que predicar tales cosas a estos hombres? ¿Quién cree todavía esto? La invisibilidad nos destroza. Si no podemos ver en nuestra vida personal que Cristo existió, queremos verlo al menos en la India, pero este absurdo y constante recordatorio del Dios invisible no lo puede aguantar ningún hombre”. Es la exigencia de visibilidad, de una nueva evidencia de la realidad de Dios, el deseo de que la fe cristiana sea manifestada de nuevo como real y verdadera por una proclamación más creíble.

Las tristes experiencias de la realidad –guerras, terrorismo, asesinatos, limpiezas étnicas, hambre, inmigraciones masivas…- son las manifestaciones del mal, que amenazan nuestra fe en el bien, en la justicia y en la existencia de Dios. “¿Dónde está Dios?” es la traducción moderna de la pregunta que se planteaba Lutero: “¿Cómo consigo un Dios misericordioso?”

Ya no es la gracia ni la misericordia de Dios, sino Dios mismo, su existencia, lo que se ha hecho cuestionable. El lenguaje de aquel Dios, en virtud del cual fue creado el mundo, que ordenó a Abraham salir de su tierra, que en el Sinaí estableció con Moisés su alianza y que llamó a Pablo con voz clara y perceptible, en nuestro tiempo parece haber enmudecido. Hoy vivimos, como observó el pensador judío Martin Buber, en una época del “eclipse de Dios”. Esta metáfora se inspira en el “ocultarse” de la faz divina en la Biblia y, al mismo tiempo, apunta a una situación típicamente moderna. “Ante este enigmático silencio algunos cristianos desearían una manifestación sensacional de Dios, una especie de trueno celeste que serenara de una vez la atmósfera y condujera nuevamente a la fe a la masa de la humanidad”, pero “el hombre es de tal condición que, si no está moralmente dispuesto a buscar a Dios, no le convertirá el más sensacional de los milagros. Hay que ser pacientes: no querer adelantarse a los designios de Dios”

Ciertamente la invisibilidad, imperceptibilidad y silencio de Dios han afectado siempre al creyente. Por otra parte, en todo hombre late un deseo innato de ver y de percibir. No es, pues, ilógico que en la Escritura abunden las quejas de los justos por lo poco que percibían de su Dios en la vida terrena. Hoy este sentimiento se ha extendido. La invisibilidad y silencio de Dios se han convertido en la principal objeción contra la fe y, por ende, la cuestión de la “evidencia” en el punto principal de la discusión. Si se trata de la objeción de la proyección, la respuesta es que Dios sólo es un boceto del deseo humano en el cielo; si de un problema de la teodicea, el dolor en el mundo está en contradicción con Dios; si de la negación de la trascendencia, entonces no hay nada en el mundo que lo sobrepase; si se trata de una sospecha ideológica, entonces Dios es sólo el reflejo de situaciones sociales erróneas. En todos los casos se trata del problema de la evidencia de la fe en Dios. La cuestión es, pues, cómo una fe, aun cuando se dirige a lo invisible, puede ser participada en un mundo, donde sólo es válido lo visible y perceptible, y trasmitida de forma que convenza y encuentre aprobación.

Surge indefectiblemente el conflicto entre la pretensión de verdad de la fe cristiana y la conciencia contemporánea de verdad. La conciencia de verdad general de nuestra época se puede resumir en la fórmula siguiente: Sólo puedo creer lo que veo. Sin exageración, se puede hablar de un “espíritu popular del positivismo”, que determina el clima de la época. Como verdadero sólo vale lo existente, que puede percibirse sensiblemente y probarse, conforme a las exigencias de la evidencia, que rige en el ámbito de las ciencias exactas de la naturaleza. En el solo apoyo sobre los hechos se tiene únicamente en cuenta lo visible, medible, cuantificable y susceptible de verificación.

ROMPER EL SILENCIO SOBRE DIOS:

RAZÓN, FE, AMOR

Presentación de las VIII Jornadas de Teología

3 de septiembre de 2007 - Santiago

1 comentario:

Anónimo dijo...

desde el futuro nos habla, y desde el pasado nos hace oir su voz, por medio de su presciencia, anticipandonos nuestro futuro, para comprender que siempre está presente, la profecía es clara, el hombre no entiende, el afan y la anciedad, los ha enceguecido, el hambre de los deseos de cada cual, los hace perder el camino, no entender a Dios, es no saber nada, solo es existencia vana, mira las profecías y su cumplimiento y verás la existencia de Dios, que desde siempre nos habla y se cumple lo que nos ha dicho.