3 de marzo de 2007

El asunto De Juana, segunda parte.

En un comentario anterior reproducíamos el artículo del moralista Benjamín Forcano sobre el pulso que el asesino múltiple, Iñaki De Juana, estaba echando al gobierno y la sociedad española. A mi me pareció un análisis particularmente equilibrado y razonable de la situación, análisis que tenía en cuenta los derechos de la sociedad en general a la que dicho asesino agredió y los derechos de las víctimas y sus familiares. Pero hoy me resulta estremecedor y terrible tener que comentar de nuevo este asunto. Máxime cuando estoy seguro que en los próximos días escucharemos todo tipo de ataques contra los grupos que se están movilizando contra la "prisión atenuada" o excarcelación de De Juana, estoy convencido de que habrá toda una artillería de razonamientos abstrusos, vestidos de exquisitez y razones de estado para convencernos que lo mejor para la paz en España era ceder al chantaje (seguro que no lo llaman así, buscarán una definición más "humanitaria").
Dónde quedan los derechos de las víctimas, dónde la dignidad de un Estado y un Gobierno que ha cedido a lo insospechado. No se cedió cuanto ETA asesinaba y, ahora, cuando una de las peores alimañas de ETA amenaza con dejarse morir, se cede. Eso no es humanitarismo, es estupidez y falta de visión de Estado.
Creo que el final del artículo de Benjamín Forcano dejaba claro lo que se debía esperar, me remito a sus palabras, juzguen ustedes mismos, subrayados míos.

"Todos defendemos el derecho a la vida, incluso el de que él siga viviendo, pero recluido conforme a justicia y bajo condiciones de que nunca pueda volver a ser una amenaza para el derecho real de los demás.
Lo mismo que matar o autoinmolarse, también el arrepentirse, pedir perdón y regenerarse es cosa suya.

Nosotros esperaríamos, apelando a nuestra magnanimidad y perdón, que reconociese públicamente sus errores criminales y su crueldad, que acogiese compungido el castigo como forma exigua de expiarlos, que se regenerase con una conducta ejemplar, que contribuyese a repararlos dedicando el resto de su vida a proclamar los horrores de su locura entre quienes se sienten tentados a seguir esos caminos. Con lo cual, quizás ante su conciencia, iniciaría la recuperación de su dignidad perdida. Esa sería mi razón humanitaria."

Salud.